Logotipopequeñocropped-Logotipopequeno.pngLogotipopequeñoLogotipopequeño
  • Inicio
  • QuiĂ©n soy
  • Relatos
    • Humor
    • Misterio
    • Sentimentales
    • ErĂłticos
    • Cosas de la Vida
  • Varios
  • MentorĂ­a Escritura
  • CorrecciĂłn de textos
  • SuscripciĂłn
  • Contacto
el-observatorio
El Observatorio
29 de septiembre de 2021
relato-propiedad-privada
Propiedad Privada
13 de octubre de 2021

El camino sigue

Publicado por Sara Perales
CategorĂ­as
  • Relatos sentimentales
Etiquetas
el_camino_sigue

La Ăşltima vez

Fue la Ăşltima vez que lo vi.

Tras él, cerré la puerta, apoyé la cabeza contra la pared que había al lado y dejé resbalar las últimas lágrimas por aquel amor no correspondido.

Me había prometido no llorar ante él. Me había prometido no rogarle que se quedase a mi lado, que volviese a intentarlo, que no se fuese. Pero no cumplí. Y todo fue en vano. Cuanto más me esforzaba yo en dar argumentos contundentes para que él se lo pensase, más en banda parecía cerrarse.

En algunos momentos sentí que estaba a punto de escuchar un “tienes razón, vamos a intentarlo”. Pero las palabras nunca llegaron a mis oídos. Su forma de mirarme, sus caricias en mis brazos, sus besos en mi mejilla… en mis labios… ¿para qué me dejaba sentirlo si se iba a marchar y no iba a volver a buscarme?, ¿para qué me miraba de aquella manera, clavando sus pupilas marrones en las mías, si no significaba nada su mirada? ¿Compasión?, ¿pena?

Mea culpa

Lo admito, hice todo aquello que cualquier psicólogo, hasta el menos diestro, te diría que no hagas nunca. Probé todas las estrategias mentales que se me ocurrieron, hasta las más lamentables, vamos, que me faltó ponerme de rodillas. Tan pronto parecía una comercial de cosméticos que llega a tu casa y te quiere convencer de los maravillosos beneficios de tal o cual tratamiento; como me convertía en una pitonisa prediciendo un futuro de ensueño juntos. También utilicé argumentos psicológicos, herramientas de coaching y todo lo que tuve esta mañana a mi alcance, con tal de que él no saliera por la puerta sin decirme aquel SÍ.

Mi ego, sediento de él, apartó de un plumazo esa autoestima que tanto me había costado ir mejorando y reconstruyendo. Se cargó de una sentada todo mi trabajo de desarrollo personal. Desterró mi valía hasta lo más recóndito de mi ser. Y allí estaba yo, hablando y hablando y hablando sin parar. Tratando de convencer a aquel hombre que no quería estar conmigo. Y yo no me sentía indigna constantemente, es lo más gracioso. Mi ego se encargaba de decirme que lo que estaba haciendo era “luchar” por lo que yo quería… ¡Que hijo puta el ego!

ÂżAcaso no me valoras?

De nada me sirvió su primer “creo que no va a funcionar”, ni el segundo, ni el tercero, ni ninguno de los que le siguieron. Mismas palabras y mismo argumento, y mi cerebro, negándose a aceptarlo, le decía una y otra vez “esto es injusto”, “te estás equivocando”, “no me valoras”. ¿Te lo puedes creer? ¿No me valoras? ¿Tendré valor de decirle a él, ahí sentado mirándome fijamente, “no me valoras” cuando la que no se estaba valorando en absoluto era yo?

Me besó, más de una vez y más de dos y yo, le dejé. Mi cuerpo sintió el escalofrío de un deseo ardiente por arrancarle la ropa y dejarme llevar. Ahí sí sé que la respuesta no hubiera sido que no. Pero bueno, el cabrón de mi ego no llegó a serlo tanto y fue capaz de contenerse en ese aspecto y mantuve las piernas cerraditas, no fue un mal logro. Sentir su respiración junto a mi oído, en mi pelo, en mi cuello… mientras mi nariz respiraba su olor, el aroma de su cuerpo, ese que llevaba meses sin oler… Sabía, y me lo dijo, que aún le atraía, pero controlé no intentar convencerle poniendo como ofrenda el sexo. Puf, y menos mal.

Como una niña pequeña

Los argumentos fueron dejando pasar los minutos. Las colillas se acumulaban en el cenicero. Jugué con mis anillos en mis leves ratos de silencio, esperando escuchar algo que me hiciera feliz y que no terminase con la última esperanza que tenía de que él regresase a mí.

Me había arriesgado, me había metido yo sola en aquella situación. Habían pasado ya 4 meses desde que decidí dejar aquello que teníamos, por sentir su falta de ganas de quererme. Luego me arrepentí, pero ya era tarde y él me tomó la palabra, haciéndome pensar que hacía por mí lo que yo no era capaz: darme la libertad para poder encontrar a alguien que me quisiera de verdad. Pero yo era como una niña pequeña que ha dejado su juguete en casa consciente de ello y cuando ya ha recorrido media manzana se acuerda de él y lo quiere a toda costa. Y llora y patalea; y vuelve a llorar; y busca una salida, un giro inesperado de los acontecimientos que la devuelvan al momento anterior a decidir dejar su muñeco en casa. Pero el tiempo, como el ego, es otro cabrón y se niega a retroceder.

No le había vuelto a ver, aunque habíamos mantenido un mínimo contacto por las redes sociales. Decidimos vernos aquel verano, pero parecía que se hubieran alineado los astros para que aquello no ocurriese. Fui consciente de su falta de interés casi desde la primera semana tras la ruptura. Al principio algún ¿cómo estás?, pero eso fue desapareciendo y sus mensajes se fueron diluyendo con el tiempo. Pero él quería que yo supiera que seguía estando allí, ¿por qué? Misterios del ser humano, ¿no? Se dejaba ver con sus likes en mis fotos o algún comentario a alguno de mis estados en el Whatsapp.

Por fin, pusimos fecha y hora para nuestra “reunión”. No recordaba tantos nervios desde hacía mucho. Yo le había dicho que necesitaba cerrar aquella página, poner el punto final (que no es que no estuviera puesto, pero necesitaba marcarlo más fuerte en aquella página de mi vida, vaya…).

Me pidió que no desapareciera, que él no quería eso. ¿Y para qué me quieres ahí?, le pregunté. Yo no quería que él desapareciera, pero sabía por qué: porque le quería en mi vida, conmigo. Pero no entendía para qué quería él que me quedase yo allí.

SĂ© feliz

Cuatro horas después, con la negativa como respuesta, salía por la puerta de casa. Yo a esa hora ya había hecho todo lo que te he contado, ya solo me faltaba lo de ponerme de rodillas o echarme a patalear en el suelo con un “quiero que te quedes”, “quiero que te quedes”, “quiero que te quedes”. Nos abrazamos y nos besamos. Y cada vez que pensaba que era el último de sus besos, la última vez que respiraría su olor, su último abrazo… las lágrimas se agolpaban como una marabunta intentando ver la luz.

Un “sé feliz” que le dije yo y un “que tengas mucha suerte” que me dijo él, terminó separándonos de aquel, supuestamente, último abrazo. Y salió rumbo a su coche. Y yo, erre que erre, volví a abrir la puerta y boceé su nombre. Así, allí, delante de todos mis vecinos curiosos. Él me escuchó y regresó. Entró de nuevo al pasillo de mi casa y le cogí la cara y le besé con todo mi ser mientras con mi cabeza le decía adiós.

Sí, se puede ser más tonta

Pero si piensas que ya había terminado de hacer el imbécil y de dejarme a mí misma cuál trapito de fregar el suelo… te equivocas.

Después de besarnos, de volver a abrazarnos le separé de mí y le miré a los ojos: “piénsatelo”, le dije. Y, de manera mucho más resumida, volví a esgrimir mi mejor argumento: “quiero estar contigo” —ea, y punto, es lo que quiero y ya está—, seguido de un “vamos a darnos otra oportunidad” y alguna cosa más que he debido preferir no recordar.

Luego me llegó el momento del arrepentimiento, mientras aún sujetaba su camiseta con mis manos y lloraba diciéndole que me dolía muchísimo no volver a verle más. Él respondió que nunca se sabe, que quizá no fuese así. ¡Olé, lo que le faltaba a mi ego… déjale así, esperando! Terminó diciendo “lo pensaré” y volvió a salir por la puerta.

Esta vez cerré, pero solo eso, la puerta.
Me quedé sabiendo que acababa de volver a cometer el peor de los errores: dejarme la puerta abierta a la esperanza. Dejar mi vida en un impás y en manos de otra persona que no era yo.

Decía, al principio de mi historia, que dejé caer la última lágrima, pero no fue porque ya no me quedaran más o porque en un acto de superwoman derrocada decidiera no llorar más por él… noooooo, lo hice porque él dejó un hilo de esperanza, un hilo de lana —de la mala, de la de los chinos—, de esa que, como tires un poco fuerte, se rompe. Y ahí me quedé yo a la hora del mediodía, subida a ese trozo de lana cutre que a duras penas iba a aguntar mi peso y que, más tarde o temprano, se terminaría rompiendo y yo cayendo, de nuevo, al mismo suelo que había caído cuatro meses antes.

Suspendida

Pero no creas que he pasado la tarde llorando, he estado entretenida. No he dejado que mi ser llore porque mi ego le ha pisoteado, le ha pasado por encima, por debajo, por la izquierda y la derecha, le ha metido una goleada. Ahí estoy, resistiendo. Tanto psicólogo, tanto reiki, tanto coaching… ¿de qué me había servido? De nada.
Ahora no quiero fustigarme, pero me lo merezco. Me merezco que vuelva mi temida autocompasiĂłn, mi victimismo que he conseguido tener dominado. Mis fantasmas. Necesito sacar la fusta y liarme a darme con ella fuerte y con ganas, por capulla, por tonta, por gilipollas.
Pienso que nunca tengo suerte en esto del amor, que nunca encuentro a alguien que me quiera o esté dispuesto a quererme y me respondo que no lo voy a encontrar mientras no demuestre que esa teoría de quererme y valorarme a mí misma no solo me la sé, sino que, además, la sé poner en práctica.

Hoy he sacado un 0 patatero. Hoy me he rebajado cual sabandija que se arrastra por el fango. Me he pisoteado. He tirado al traste mi trabajo de desarrollo personal que tanto me ha costado interiorizar —y que no está interiorizado del todo, evidentemente...—. Suspendida y con nota.

Hoy amanece, aunque tú ya no estés

Llegó la hora de meterme en la cama y hablar conmigo misma. Primero me dije que soy estúpida, que cómo había podido darme tan poco valor, que lo había hecho fatal, terriblemente mal... Surgieron los “quizá si hubieras actuado de la otra manera…”, “quizá si…” y los “bueno, pero a lo mejor…” de la puta esperanza, y resbaló alguna lágrima sabedora de que no iba a ser así: porque él nunca me querrá mientras no me quiera yo. Y, si vuelve conmigo, yo sabré esta gran verdad y no me sentiré feliz, sino insegura y con miedo… Menuda pedazo de mierda todo.

Me tapé hasta las orejas para repetir “menuda mierda todo” como un mantra hasta quedarme dormida.

Hoy amanece de nuevo. Me despierto sabiendo que Javi ya no estará. Me levanto y me pongo una bata para salir al balcón con un café recién hecho. Miro, apoyada en la barandilla, y veo vecinos andando, pájaros que vuelan, coches que bajan por la calle, niños que salen de casa para ir a sus colegios. La vida sigue. El sol brilla y apenas hay nubes en el cielo. Dejo mi taza de café en la mesa y me estiro, abriendo mucho los brazos y cierro los ojos.

Ha llegado el momento de perdonarme. Y me perdono y siento que se me desprende parte de la tristeza. Ya sé que Javi no estará más, pero la vida sigue, ha amanecido un día más y, mañana, volverá a hacerlo. Esta desdicha en mi vida es apenas una insignificancia en el universo. A este le doy las gracias, por este amanecer en el que Javi ya no está, pero todo lo demás —que es mucho, mucho— sí.

Toca continuar el camino.

Sara Perales
Sara Perales
Optimizadora Web, Periodista y Escritora.

Entradas relacionadas

22 de mayo de 2022

AhĂ­, justo ahĂ­


Leer Más
relato_ella
22 de mayo de 2022

Ella


Leer Más
relato-lo-que-importa
16 de diciembre de 2021

Lo que Importa


Leer Más

Deja una respuesta Cancelar la respuesta

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *

Ăšltimos relatos

  • Una obra de arte 14 de marzo de 2023
  • Abrázame fuerte 11 de diciembre de 2022
  • AhĂ­, justo ahĂ­ 22 de mayo de 2022
  • Ella 22 de mayo de 2022
  • La caja metálica 8 de mayo de 2022

Comentarios recientes

  • Sara Perales en Una obra de arte
  • Palomita en Una obra de arte

Hola, Âżte ayudo?

âś•

Contacto


Sara Perales


home

La Cabrera, 28751 (Madrid)
España.


sobre

info@historiasrelatosyotroscuentos.es

Historias, relatos y otros cuentos


Humor
Misterio
Sentimental
ErĂłtico
Cosas de la vida

"No existen más que dos reglas para escribir: tener algo que decir y decirlo." (O.Wilde)


"La originalidad no consiste en decir cosas nuevas, sino en decirlas como si nunca hubiesen sido dichas por otro." (Goethe)


© 2021 Historias, Relatos y Otros Cuentos. Todos los derechos reservados. Diseño y Optimización web Sara Perales Palomino.
Aviso Legal | PolĂ­tica de Privacidad | PolĂ­tica de Cookies