AcariciarÃa su cuerpo moreno del sol sin cansarme de hacerlo. RozarÃa con la yema de mis dedos cada centÃmetro de su piel.
Aquella mujer no podÃa verme, pero yo a ella sÃ. No fue algo buscado, solo es que la encontré. La encontré allà tumbada en la arena, postrada bajo un sol caliente del mes de mayo. Solo su silueta permanecÃa en aquella cala, ajena al ajetreo existente a unos pocos kilómetros de allÃ. Soñaba con practicar sexo en aquella playa con ella. Era una cala privada perteneciente a un lujoso casoplón de arquitectura moderna que se elevaba sobre un pequeño cortante por el que descendÃan unas escaleras que llevaban al mar.
La veÃa cada dÃa sentarse en una encantadora terraza a desayunar: un zumo de naranja, un café y unas tostadas. Su pelo sujeto en una coleta lateral, largo, oscuro y sedoso que yo imaginaba sujeto y tensado en mi mano. Cada dÃa lucÃa más hermosa.
A menudo la veÃa con algún vestido vaporoso que permitÃa percibir la forma de su silueta. El resto de mis encuentros con ella se limitaban a sus idas y venidas de la finca, apenas unos segundos para subirse a su Audi y marcharse despidiéndose, si me encontraba, con una sonrisa y un "que pase buen dÃa".
Limpia, suave, armoniosa, perfumada, asà la percibÃa yo. PreferÃa no pensar en cómo me percibÃa ella. Un simple jardinero, mugriento, sudado, con las manos ásperas del trabajo. Probablemente ni siquiera era consciente de que yo existÃa.
Ella se puso en pie y sujetándose el sujetador con un brazo se encaminó hacia donde yo estaba. Me temblaba el cuerpo y empecé a sudar más de lo que ya lo hacÃa. Los últimos metros hasta llegar al pie de la escalera los hizo medio corriendo, la imagen me hizo gracia y me produjo una erección inmediata al ver como el volumen de sus pechos ascendÃa y descendÃa con su carrera. No podÃa levantarme, tenÃa que quedarme en la posición de cuclillas en la que me encontraba, porque aquello que tenÃa en la entrepierna no pasarÃa desapercibido. La vergüenza y la excitación me invadÃan en el mismo porcentaje. Mi mente me mandaba informaciones contrapuestas: una parte de mà querÃa levantarse y salir corriendo escaleras arriba, alejarme de sus ojos y de su cuerpo; otra parte querÃa quedarse mirando aquel espectáculo de mujer que venÃa directa a mÃ.
Estaba petrificado. ¿La habrÃa ofendido mi presencia? Yo era un fantasma para ella cada dÃa, pero aquel dÃa me habÃa vuelto de carne y hueso. Quizá solo se encaminaba a subir la escalera... a recoger agua..
—Gabi, ¿no tendrás agua fresca a mano verdad? -me dijo nada más detenerse a mi lado.
—Ehhh, tengo esta botella de agua frÃa, pero... he bebido yo —. Alargué la mano y recogà una botella de plástico de litro y medio, que tenÃa escondida en una pequeña sombra, tras un arbusto, y se la mostré.
—Si a ti no te importa que beba... estoy muerta de sed y no quisiera subir hasta casa... —. Me miró con una sonrisa preciosa que mostraba una perfecta y blanca dentadura, de esas de anuncio.
Aquellos ojos castaños miraban hacia abajo, encontrándose con los mÃos, con los de un jardinero acuclillado que evitaba ponerse en pie para que ella no viese lo que no tenÃa lugar a ver.
—Beba, beba, por mà no hay problema. De hecho, puede quedársela, yo en breve tengo que subir a la casa y puedo coger otra botella —. El sol me cegaba, la postura era un imposible, pero aquello no bajaba.
—Eres un encanto Gabi, mil gracias—. Y con esa mirada sensual y pÃcara a la vez, tomó la botella de mi mano, se agachó y me dio un beso en mi sudada mejilla. Se dio media vuelta y volvió a su lugar en la arena. No querÃa mirarla, pero no podÃa evitarlo, su culo se contoneaba enérgicamente y apenas estaba cubierto por un trocito de tela... Ella se volteó y yo giré rápidamente la mirada. Pude verla sonreÃrse.
Volvió a tumbarse, boca abajo en esta ocasión. HabÃa vuelto a dejar la parte superior de su bikini en su bolsa y lo mismo la botella de agua. Yo traté de concentrarme en mi tarea de limpieza y no sé qué tiempo tardé en llegar al final de la escalera.
Mis pies pisaron la arena. Me costaba trabajo concentrarme teniéndola allÃ, a pocos metros, prácticamente desnuda. Imaginé el sexo en aquella playa con ella y la excitación recorrÃa todo mi ser. Me limpié el sudor de la frente con la mano en el instante preciso que ella se volvió a incorporar. Miraba hacia el mar, estaba sentada y su espalda brillaba bajo el sol debido a la crema solar. Aquel arco perfecto me tenÃa embriagado cuando decidió girar la cabeza y mirarme. Mantuvo su mirada y yo retiré la mÃa un instante.
De reojo observé cómo se giraba en la esterilla y dejaba de echar la vista al mar para mirarme a mÃ. Nada cubrÃa sus perfectos pechos que parecÃan buscarme ingrávidos y que volvieron a excitarme.
Me observaba y no se cubrÃa. Estaba deseoso de mirarla de frente, pero mantuve mi cabeza agachada. Entonces me llamó por mi nombre y, cuando miré, alzó su mano haciéndome un gesto para que me acercase allÃ. Me señalé como preguntándole si se dirigÃa a mà y asintió. Me quité las zapatillas para andar mejor por la arena y fui donde ella estaba.
SeguÃa sin cubrirse. Yo llevaba la mirada hacia el suelo, no querÃa excitarme más o perderÃa el control total de mi miembro.
—DÃgame señorita Ana, ¿necesita algo? — le pregunté clavando la vista en el mar.
—Que me hagas un poco de compañÃa y, si puedes, que me des crema en la espalda, no me quiero quemar. ¿Te importa?
—No, claro que no—. Me agaché a coger el bote de crema que ella acababa de sacar de su bolsa. Me puse de rodillas y eché la crema sobre su espalda ante lo que ella dio un pequeño respingo. Me disculpé por no haberla calentado un poco antes.
Comencé a esparcir la crema por su espalda, masajeándola ligeramente, no querÃa que pensase que le estaba "sobando".
—Se te deben dar bien los masajes, jeje. Tienes unas manos fuertes—. Preferà no contestar ante el comentario. Y respondà con una sonrisa apenas audible.
Me eché más crema en las manos y la calenté un poco antes de ponérsela en la espalda. Entonces ella cogió mis manos con las suyas y las llevó hacia delante, colocándolas sobre sus pechos y comencé a masajearlos guiado por ella.
La erección era total, el pantalón me molestaba y mi pene parecÃa que quisiera romper la ropa que lo tenÃa atenazado. Sus pezones estaban tersos y duros, sus pechos, ya de por si suaves, lo eran más por el contacto de la crema. Soltó una de mis manos y tomó la crema para echarse más sobre el pecho. Un montón de pasta blanca cayó sobre el pecho descubierto y volvió a colocarme la mano sobre él mientras guiaba mis movimientos.
Descendió con ellas por su cuerpo y fui acariciando cada centÃmetro, tal y como lo habÃa deseado. Ahora sÃ, sexo, playa, ahà estábamos.
Lubricado por aquella pasta, mis manos resbalaban sin ninguna dificultad. Nos dirigió hacia su vientre moreno, recorriendo su cintura y bajó por su cadera hacia sus muslos. La crema se agotaba en el delicioso paseo por su cuerpo. Volvió a ascender hacia sus senos en donde dejó una de las manos mientras que con la derecha descendÃa vientre abajo y la introducÃa por dentro de su pequeña braguita. Ya estaba allÃ. Ella, que estaba sentada con las rodillas dobladas, separó las piernas y se recostó sobre mi sudada camiseta. Le veÃa la cara y cómo se mordÃa el labio inferior de la boca mientras acariciaba su clÃtoris con mi mano. Decidió que ya bastaba de indicaciones y me dejó actuar. Continué masajeando su sexo y bajé hacia su vagina, penetrándola con uno de mis dedos. La deseaba como no se me habÃa ocurrido poder desear a alguien.
QuerÃa follarla allÃ, sobre la arena. Por fin tenÃa ese ansiado sexo en la playa con ella. Comenzó a gemir mientras yo la masturbaba y sus movimientos corporales de placer acentuaban más aún mi excitación. Se giró levemente hacia el lado izquierdo y se colocó frente a mÃ, mientras sus piernas se mantenÃan abiertas y mi mano le daba placer. Me miró a los ojos, con deseo mientras acercaba su cara a mi entrepierna. Se sujetaba únicamente apoyada en el brazo contrario. La movilidad para ella era reducida y yo debÃa ayudarla. Dejé de acariciarle el pecho y me llevé la mano al pantalón, me apañé para quitar el botón y bajar la cremallera. Bajé ligeramente el calzoncillo y coloqué mi pene hacia arriba, asomando solo una pequeña parte de él que ella rápidamente comenzó a lamer. Con su mano libre intentaba liberar más de mà y le ayudé.
La miraba mientras ella abrÃa su boca y se introducÃa mi miembro dentro y comenzaba a chuparlo con movimientos ascendentes y descendentes. Estaba tan sumamente excitado que en un momento cogà su coleta con mi mano y apreté su cabeza en varias ocasiones. QuerÃa llenarla, invadirla, formar parte de su ser. Cuanto más rápido se movÃa ella con su lengua y su boca, más rápido y con más fuerza la masturbaba yo. Al cabo de un rato sacó mi mano de su entrepierna y se incorporó. Me empujó y caà tumbado sobre la arena, con mis pantalones y mi ropa interior apenas bajados, se retiró con la mano el bikini y se sentó a horcajadas sobre mi pene, metiéndoselo dentro y apretando con fuerza sus glúteos. Sus movimientos eran rÃtmicos y sensuales, parecÃa una diosa galopando sobre mÃ, sus gemidos constantes.
Le agarré de los glúteos y comencé a apretarla contra mi cuerpo, la ayudé con el movimiento. Por momentos abandonaba su culo y agarraba sus pechos, los apretaba con mis manos, los acariciaba y me levantaba para lamer sus pezones y apretarlos con mis labios. Le agarré por la cadera y me puse sobre ella, ahora me tocaba mandar a mÃ.
El ritmo se fue acelerando y el placer era tan intenso que nos olvidamos de que estábamos en una playa a la vista de cualquiera. Apretaba y apretaba, con cada embestida mÃa sentÃa cómo una ola de placer recorrÃa todo su cuerpo. Era mÃa, en aquel momento, aquella silueta morena de pelo largo era mÃa. Se acercó a mi oÃdo y me dijo que se iba a correr, mi excitación fue máxima y no pude por más que acompañarla en aquel estado de éxtasis, alcanzando juntos el clÃmax.
Mi cuerpo cayó junto al suyo sobre la arena. Ambos estábamos empapados de sudor.
Sin mediar palabra se levantó y se dirigió al agua. La vi alejarse de la orilla nadando y luego sumergiéndose.
Me levanté, me coloqué la ropa y me fui a aquella escalera que habÃa quedado esperándome. De vuelta a la realidad.