—¿Me lo estás diciendo en serio?
El otro afirma levemente, cubriéndose la cara con las palmas de sus manos mientras mantiene los codos apoyados en la barra del bar.
—Es que, sinceramente, no lo entiendo. Me cuesta trabajo entenderlo Eduardo, no te voy a engañar. Que ya somos talluditos, hombre.
—Lo sé, si lo sé. ¿Qué quieres que te diga? A ver, ¡joder!, no ha sido algo planificado.
—Ya imagino... o quiero imaginar. Pero tú sabes que podÃas haberlo evitado.
—No es tan fácil Carlos, no es tan fácil. Desde fuera se ven las cosas mucho más sencillas que desde dentro.
—Tienes razón, pues a ver... no sé... cuéntame, quizá asà pueda entenderte, aunque lo dudo mucho —le dice a la vez que apoya su mano en el hombro de Eduardo para darle el empujón y el ánimo que necesita.
Eduardo le mira, levanta la cara y bebe un trago de una Alhambra que aún está frÃa antes de iniciar su relato frente a la mirada atónita de su compañero de barra.
«Era un trabajo que sabÃa que les iba a gustar y además contaba para nota.
—Tenéis que escribir un cuento, un relato. Temática libre. Debe ser inédito, no se os ocurra copiarlo o bajarlo de internet. Cinco páginas en Times New Roman 12, interlineado 1,5 y alineación justificada. En la primera página, vuestros datos y el tÃtulo y después las otras cinco, no me vayáis a poner cuatro, que nos conocemos. ¿Está claro?
»Por supuesto, a la explicación siguió una marea de preguntas, algunas de ellas, de interés bastante cuestionables TenÃan que entregarlo después del fin de semana. Y la mayorÃa lo hizo, salvo algunos con excusas de que me lo entregarÃa a última hora porque les faltaba imprimirlo y... bueno, ya sabes cómo son. TenÃa tarea para leer todo aquel volumen de páginas. ImagÃnate, cinco hojas por treinta alumnos.
»Me apliqué cada rato libre que tuve para que tuvieran sus correcciones antes del siguiente fin de semana. HabÃa noches que terminaba a las tantas. Y llegó aquel jueves en el que apenas me quedaban dos o tres alumnos a los que corregirles los textos. Allà estaba, uno más. Presentación correcta, adecuada, siguiendo las pautas. "Veamos que inspirada ha estado Miriam, que últimamente parece estar en las nubes"».
—Cinco páginas Carlos, cinco páginas de caricias, besos, sexo, por delante, por detrás, con la lengua... Cinco páginas escritas por aquella chica de mente despistada que se sienta en la última fila. Me dejó atónico y, lo que es peor, empalmado de narices. Vamos, que no sabes lo que me costó seguir corrigiendo.
—Joder, pero si es una niña- responde Carlos flipando.
—SÃ, una niña con una mente excesivamente sexualizada, con ideas libertinas, con un lenguaje total y absolutamente erótico.
—La suspenderÃas, ¿no?
—¿Suspenderla? ¿por qué? Estaba perfectamente redactado: sencillo, claro, bien estructurado, sin faltas de ortografÃa... ¿Cómo la iba a suspender? Si la idea de una temática libre fue mÃa...
—SÃ, eso sÃ.
«Me fui a la cama cuando terminé los que me quedaban. Pero no podÃa, ni habÃa podido, quitarme de la cabeza el dichoso relato erótico —o más bien pornográfico— que me habÃa presentado Miriam. Lo peor de todo era... era la historia. La historia, más allá de la sexualidad, se apoderó de mi cabeza y, cuando desperté por la mañana, fue la primera en darme los buenos dÃas, acompañada de una erección como hacÃa tiempo no tenÃa».
Carlos se rÃe un poco.
—Te tocó tarea mañanera como cuando eras adolescente, no me digas más —El otro afirma con la cabeza. —Pero, ¿cuál era la historia que te perturbaba o empalmaba?
—Su relato era una especie de confesión de una adolescente enamorada de su profesor de lengua y literatura al que describe... ¡joder!, pues muy similar a como soy yo. Incluso, hay partes de conversaciones que hemos tenido ella y yo en alguna tutorÃa... Se imagina una historia sexual con su profesor, que no llega a ocurrir, y la describe con todo lujo de detalles...
—Y tú y tu amiga... —dice señalando con la mirada a la entrepierna de Eduardo, —os pusisteis la mar de contentos.
—Pues al principio no tanto, era más bien una sensación rara.
«El viernes ya tenÃa todos los relatos corregidos. Los repartà a cada uno, mesa por mesa, haciéndoles algún comentario al respecto, pero cuando llegué a su pupitre... cuando la tenÃa delante... de repente, no podÃa mirarla a los ojos. Le dejé el texto encima de su mesa y volvà a la pizarra. Mientras continuaba con el tema de literatura que tocaba, no podÃa sentir la mirada de Miriam sobre mÃ, una mirada pÃcara, erótica, sexual... Por alguna razón, ya no podÃa verla como una alumna más. No podÃa parar de imaginar sus pechos jóvenes y tersos entre mis manos, su lengua jugando con la mÃa, mis besos recorriendo su cuerpo... La observé al salir de clase y me resultaba sexy, atractiva, sensual. No la veÃa como una niña, ni como una alumna... ¡No sabÃa qué mierda me estaba pasando!»
—Que te habÃa puesto cachondo la niña. Y tú... entraste al trapo. Sigue, sigue.
«A la semana siguiente, decidà hablar con ella. Me habÃa pasado el fin de semana releyendo la copia que hice de su texto. Masturbándome, pensando en ella acostada a mi lado, jugando conmigo, haciendo realidad sus fantasÃas o las de aquellos personajes que tan nÃtidamente habÃa creado y en los que yo nos veÃa de protagonistas. Me acerqué a su pupitre y le dije que, por favor, se quedase al terminar la clase, que tenÃa que comentarle algunas cosas. No pareció que lo sintiese como raro.
»Creo que pasé toda la clase mirando el reloj de la pared, sintiendo como se me aceleraba el corazón con cada minuto recorrido por las manecillas. El pulso me temblaba cuando dieron las once y media de la mañana y el timbre de fin de clase sonó. SentÃa la boca del estómago palpitar a causa de los nervios y me sudaban las manos.
»Me senté en mi silla, tras mi escritorio me sentÃa algo más seguro. Y esperé como todos los dÃas a que los alumnos salieran de clase. Ella esperaba a que nos quedásemos a solas y, cuando salió el último, cerró la puerta y se dirigió a mÃ. "Buen trabajo Miriam", le dije mientras tomaba asiento y veÃa sorprendida una copia de su relato erótico en mi mano».
—No quiero imaginarme tu situación, la verdad. Perdona que me rÃa, pero es que... te veo allà sentado, con la polla dura y la niña delante... Continúa, continúa.
«—¿Te ha gustado, profe? —me preguntó señalando el escrito.
—Esto... eh, sÃ, sÃ. El texto está muy bien redactado y la historia bien desarrollada y....
»Durante cinco o diez minutos le expliqué cómo habÃa visto el texto: sintaxis, ortografÃa, todas esas cosas. QuerÃa mirarla a la cara, pero me costaba mantener sus ojos clavados en los mÃos. ¿Eran los mismos de siempre? ¿Me miraba de la misma manera? o ¿habÃa algo diferente allÃ? Hasta su manera de vestir, nada del otro mundo, me parecÃa la más sexy del mundo: unos pantalones vaqueros que remarcaban aquel culo que yo imaginaba suave, duro, entre mis manos; una camiseta blanca de manga corta con la frase de "Tú sà que vales" impresa, que se ajustaba perfectamente a su silueta y marcaba el contorno de sus pechos. Mientras discurrÃa entre expresiones verbales y principios, nudos y desenlaces, no podÃa parar de imaginarme desnudándola allà mismo, arrancándole la ropa, metiendo mis manos bajo aquella camiseta, ofreciéndole mi polla dura... Mis manos sudaban profusamente y tuve que secarlas en mi pantalón».
—Joder contigo, Eduardo, me estoy poniendo yo cachondo de escucharte -dice mientras vuelve a reÃrse y da un trago a la cerveza.
«—Profe, ¿estás bien? Te noto... ¿nervioso? —me dijo mirándome expectante. ¿Estaba jugando conmigo? Yo era el adulto allÃ, ella una niñata descarada que... ¡Dios! ¡cómo me ponÃa!
—Bueno, Miriam. Reconocerás que la temática de tu relato... no es la más apropiada para una chica de... ¿16, 17 años? Es un poco incómodo, la verdad.
—En una semana 18 profe, repetà al entrar —gesticulaba mientras hablaba y ponÃa cara de no haber roto un plato en su vida. A mà me resuenó la palabra 18, como si me quitase un peso de encima. ¡Qué gilipollez! ¿En qué estaba pensando? —Entonces, ¿no te ha gustado?
—SÃ, ya te he dicho que... - comencé a decirle. Entonces ella se levantó y puso un dedo en mi boca, cortando la frase que iba a decir.
—No te he preguntado eso, eso ya me lo has dicho. Bla, bla, bla. Te pregunto si te ha gustado la historia—. Mantuvo su dedo en mi boca y presionó ligeramente mi labio inferior. Sin darme cuenta separé un poco los labios y ella movió de nuevo su dedo, como queriendo hacerle sitio dentro de mi cavidad bucal. AccedÃ, no sé por qué, pero lo hice. Abrà la boca y su dedo se introdujo dentro. La cerré ligeramente y dejé que mi lengua hiciese lo que quisiera, que no era otra cosa que ponerse a jugar con algo nuevo que habÃa encontrado cerca de ella. —No me contestas, profe. ¿Te ha gustado nuestra historia?
»Asentà con la cabeza, no querÃa perder su dedo.»
«Me quitó las gafas y sustituyó su Ãndice por su lengua, acercando sus labios a los mÃos. Sentà la calidez de ese beso intenso y erótico que me ha venido a buscar. Con sus manos levantó las mÃas y las apoyó sobre sus caderas estrechas, caderas de alguien que apenas hace unos años que es una mujer. Mi mente descarriló y mis manos también, se salieron de la vÃa trazada a lo largo de los años. Aquel posesivo que habÃa pronunciado sensualmente, dejando que cada letra penetrase en mi cabeza y que generaba un eco al unirse: n-u-e-s-t-r-a historia. Nuestra, de ella y mÃa y ¿por qué no?, ¿por qué no seguir hacia arriba, por esa nueva carretera?
»Y allà estaba yo, dejando a mis manos que apretasen ese culo tal y como lo habÃa visualizado durante la clase. Ella se agachó, me besó y mis manos se desplazaron ávidas y diestras hacia sus pechos, esos que escondÃa tras un bonito sujetador rosa que no tardé en desabrochar.»
Los ojos de Carlos están abiertos de par en par. Sostiene en su mano la cerveza y tiene que apretar, más de lo normal, el cuello del botellÃn para que no se le caiga.
—¿En serio?, ¿en clase? ¿Tú estás mal de la cabeza? ¡La hostia que te han dado! Cuando me lo contaste, no dijiste que habÃa sido en clase...
—No me siento orgulloso Carlos. No sé qué mierda me pasó en la cabeza, no lo sé y no puedo vivir con ello. Ya no podÃa mantener este secreto por más tiempo. Y tampoco tengo a quién contárselo que no seas tú.
—Ya, ya, si… a ver... tú cuéntamelo... que sepas que voy a tener esta noche un momento erótico con tu historia. ¡Cabrón, si estoy hasta empalmado! —Carlos se rÃe y le pide que continúe.Â
—Pues eso, en resumidas cuentas, nos enrollamos en clase. Ya está, ya lo sabes.
—¡Y una mierda!—vocifera el oyente que ha pedido otra cerveza y algo para picar. —Ahora me lo cuentas todo, quiero saberlo todo, con pelos y señales. —Los dos se rÃen ahora que, Eduardo, ha sido capaz de confesar su pecado.
«Eran como los imaginaba. Pero el sujetador no me dejaba sentirlos como querÃa, lo desabroché y ella no pestañeó, no solo no lo hizo, sino que se sentó sobre mà con sus piernas separadas, a horcajadas, acercando su entrepierna a la mÃa que sentÃa que estaba a punto de explotar. Obtuve mi recompensa tras pelearme con el sostén, le subà la camiseta y las vi con un tamaño perfecto, suaves, duras, con aquellos pezones que me pedÃan a gritos que los tocase y los lamiese. Pero me acobardaba. Y como si me hubiera leÃdo la mente, cogió uno de sus pechos y lo arribó hacia mi boca, empujando, a la vez, mi cabeza hacia él.
—Muérdeme —me pidió. Y lo hice y un gemido suave salió de su boca. Mientras mis dientes presionaban aquel botón mágico, ella comenzó a tocar mi entrepierna por encima del pantalón, pero no tarda en desabrocharmelo y meter su mano dentro. Agarró mi polla e hizo hueco para dejarla salir lo justo y comenzar a menearla. —No tenemos mucho tiempo, profe —me dijo al oÃdo y, acto seguido, se levantó. Me cogió de la mano que habÃa quedado apartada de su otro pecho y tiró de mi. Por un instante pensé en que alguien entrese por la puerta y me viese de aquella guisa, con medio capullo asomando por encima del calzoncillo.
»Me llevó hasta la puerta y me quedé petrificado, un miedo atroz recorrió, de repente, mi cuerpo y mi pene desapareció, se escondió. Me miró y se rio, debió de sentir el escalofrÃo recorriéndome. Traté de decirle algo, pero me chistó para que no hablase. Estaba justo delante de la puerta, apoyando sus manos contra ella y mirando hacia atrás, mirándome a mÃ.Â
—Hazlo, hazlo ya. Quiero sentirte dentro, profe.
»Tragué saliva. Me habÃa vuelto a empalmar con solo escucharla. SabÃa lo que querÃa, lo habÃa expuesto de forma clara en su relato. Bajé su pantalón topándome con un tanga a juego con el sujetador. Se lo bajé hasta las rodillas. Hice lo mismo con mi ropa y me acerqué por detrás a sus labios. No tardó en sentirme dentro de ella. Una de mis manos se apoyó en la puerta, a fin de ejercer más fuerza ante posibles intrusos que pudiesen terminar antes de la cuenta con aquel momento. Con la otra, la sujeté por la cintura, la cogà de la cadera mientras entraba y salÃa de su interior. Sentà la presión en mi polla, sentà su juventud apretándola. Sus gemidos me ponÃan nervioso y súper cachondo, tenÃa miedo a que alguien pudiera escucharnos, pero, a la vez, me daba muchÃsimo morbo. Le giré la cabeza hacia un lado y la besé.Â
»Pasado un rato, me salà de ella. La giré, siguiendo los pasos marcados en su historia, esa que habÃa escrito para mÃ, para que yo la hiciese realidad. Y lo iba a hacer. La empujé con suavidad contra la puerta y se la volvà a meter, esta vez mirándola a los ojos. Como pude, saqué una de sus piernas del pantalón y del tanga, se la recogà con mi brazo, asà podÃa hacer más fuerza contra su cuerpo. Avisé de que estaba a punto. SabÃa lo que venÃa después y necesité concentrarme para no pensarlo y no terminar ya.
»Me empuja y me saca de ella. Me tocaba a mà estar apoyado contra la puerta. Se agachó, de rodillas, mirándome a los ojos mientras su lengua comienzaba a recorrer mi miembro. De abajo a arriba. Sentà el calor de su boca, de su saliva. Se la introdujo en la boca. Era hora de terminar. Estaba a punto de estallar, de correrme allà mismo, pero la retiré, no era mi estilo. Ella me quitó la mano y comenzó a masturbarme, acercándose la punta de mi miembro duro a su rostro. No podÃa más y eyaculé en donde ella habÃa decidido.
»—Te toca —le dije mientras se estaba colocando el pantalón y habÃa sacado un klinex de un bolsillo. Se limpió la cara.
—Yo ya terminé, profe, hace un ratito. No me dejaste demostrártelo. El próximo dÃa, me oirás gritar de placer. —Terminamos de colocarnos la ropa justo a tiempo, justo en el momento en el que la sirena del centro avisaba del fin del recreo, del fin del descanso.
Me besó los labios antes de abrir la puerta.
—Otro dÃa más, ¿sÃ, profe? —me dijo mientras salÃa por la puerta.»
—¿Ya? Pero, ¿os habéis vuelto a ver? —pregunta Carlos.
—No. Me dejó una nota en mi mesa ayer para vernos hoy después de clase. Me dijo que la recogiese con mi coche al lado de la parada del autobús. —Eduardo lo cuenta mientras menea la cabeza negativamente.
—¿Qué pasa? No vas a ir, ¿verdad?
—No, claro que no. Esto no puede repetirse.
—Pues ya está. Ha pasado una vez, no le des más vueltas. Es una locura y te juegas tu carrera y tu puesto de trabajo.
—Lo sé.
La parada del autobús no es el sitio más discreto que se le ocurre, pero allà casi nadie le conoce. Una minifalda vaquera y unas botas marrones son lo primero que ve de Miriam cuando esta abre la puerta de su coche.